REALISMO MÁGICO Y VIÑETAS DE FLASH GORDON

Por Jesús Alcaide

Cansados de las limítrofes experiencias de la pintura de vanguardia, fueron muchos los pintores que desde la década de los cincuenta cambiaron las navajas por los pinceles, y en lugar de buscar el gesto salvaje de asesinar al lienzo como en las obras de Fontana, volvieron a buscar en el pasado a aquellos guerreros con los que fundar una nueva tropa, la de la defensa a ultranza de la pintura, y por defecto, de la figuración.
Tomando prestado el nombre de realismo mágico, un concepto que en pintura ya había utilizado Franz Roh para definir las experiencias figurativas de síntesis de los años treinta en Europa (con especial desarrollo en Alemania, Italia y España) y que en el ámbito de la escritura volvió a surgir al amparo del llamado boom de la literatura hispanoamericana con la obra de García Márquez como avanzadilla, aunque en la retaguardia aún quedaban muchos por descubrir, por aquellos aún indecisos años cincuenta surgen en España una serie de pintores que sin abominar del cuadrado blanco sobre blanco de Malevitch, se decantaban por volver a releer la pintura desde los presupuestos de la figuración y el realismo, no sin por ello perder de vista que el rumbo de los tiempos había cambiado.

En este difuso y ampliado contexto epocal en el que comenzaron a desarrollarse las trayectorias artísticas de Antonio López, Carmen Laffon o Cristóbal Toral, por citar a la avanzadilla de esta corriente es dónde debemos encuadrar los inicios pictóricos de Marcial Gómez.
Pero ahí comenzaría la historia oficial de su pintura, esa que se suele poner a los inicios de todo currículum, olvidándonos siempre de lo mucho que debemos a la otra enseñanza, la extraoficial, la de los márgenes, esa que comienza cuando a los quince años soñamos con ser compañero de trabajo de Alex Raymond, el creador de Flash Gordon, y casi lo conseguimos, y cuando viajamos por media Europa trayendo y llevando una maleta cargada de dibujos que más tarde serán estampados en vestidos de señoras. Ahí es dónde comienza a fraguarse la verdadera historia de Marcial Gómez, esa historia que ha tenido como ejes definitorios una manera extremadamente libre de ver el mundo, de repensar la figura humana, haciendo de la imaginación esa antorcha humana que el malvado Kang tenía guardada en algún recóndito lugar de un universo aún por descubrir.

Y si todo viaje siempre acaba en ninguna parte, es decir buscándose una vez más a uno mismo frente al espejo, Marcial Gómez ha estado buscándose en esos personajes que desde los años ochenta le han llevado a paisajes imaginarios como los de aquel Bomarzo tambien imaginado por las palabras de Mujica Laínez, en unas naturalezas muertas injertadas por un nuevo espíritu festivo alejado de cualquier connotación mortecina, y finalmente en unas composiciones, las de los años noventa, las más cercanas a mi y a esa nueva manera de entender la pintura que trasciende de su particular mirada, en las que las estúpidas y nunca más bizantinas disputas sobre la figuración y la abstracción se vuelven estériles, al igual que aquella otra disputa que hablaba hace años de la carta de defunción de la pintura. No sabemos si Danto quiso hacer con ello su propia crónica de una muerte anunciada, pero a la vista de lo ocurrido en las últimas décadas en el mundo del arte contemporáneo, sólo nos queda dar por invalidada la cuestión.

La pintura no ha muerto, de la misma manera que la fotografía ya no es sólo aquello que captura la realidad, el vídeo un soporte excesivamente narcisista, la instalación una construcción de significantes y el arte una construcción lingüística a la manera de las propuestas desmaterializadoras del objeto artístico que se vienen desarrollando desde 1968. Quizás estas sean las únicas certezas que por el momento pueda defender. Esas y las de esa frase que llevo tatuada en la mente desde hace unos años. El arte, como decía Robert Filliou, es aquello que hace que la vida sea más interesante que el arte. En cada charla con los artistas cada vez me convenzo más de esta cuestión. Si la vida está llena de accidentes, de una u otra manera esos formaran parte de todo aquello que hacemos. Y no es por volver al exceso de biografía que marcó gran parte de los discursos de los ochenta, sino quizás por constatar una vez más que la autonomía del arte fue una falacia, y que como toda construcción cultural, nada en su naturaleza es perenne. Todo cambia, por ello la pintura de Marcial Gómez se nos presenta en estado de transición. Echemos la vista atrás, pero miremos hacia el futuro. La nostalgia no es suficiente.


 (Texto para el catálogo de la exposición antológica de Marcial Gómez, comisariada por su hijo Miguel Gómez Losada y celebrada en la Diputación de Córdoba)

Original de Alex Raymond, enviado y dedicado a Marcial Gómez en febrero de 1958. (To my talented friend, Marcial Gómez Parejo, with every good wish: Alex Raymond)